martes, 11 de diciembre de 2012

Me fascinan las causalidades; son tan caprichosas e imprevistas… Sobre todo en el mundo en qué vivimos, dónde hasta tocarse parece estar prohibido y causa temor. Y al final siempre llega Diciembre, y acabo recordando mis inviernos, recordando tu calor. Y ese calor que me regalabas, es al final lo que más extraño. Era descubrir en la punta de tus dedos abrasadores el ápice de mi universo, el sentido de infinito. Quería morir por ti de una sobredosis pinchándome todas las putas palabras que entrecortadas me decías al oído. Ansiaba hacer tanta combustión contigo que empañásemos los espejos. Y de tanto recorrer tu espalda, me aprendí de memoria tus cicatrices, pero esas que hasta atraviesan la piel. Y cada día al vestirme, me acuerdo de la urgencia con la que me quitabas la ropa, o como te estrellabas contra mi cuerpo como un fugaz meteorito. ¡Estremecías mis cimientos, terremoto! Y si tengo que subir, prefiero la imprudente cuesta de tus piernas; porque si tengo que escuchar fruslerías absurdas prefiero el corte de tu voz. Por eso nunca me muevo de aquí, por eso recorro cada árbol del parque gravando tu nombre perenne en el tiempo, por eso sigo teniendo ganas de hacerte el amor con cada palabra, por eso no quiero desintoxicarme, por eso quiero ser adicto a ti.