domingo, 17 de junio de 2012

Callado te sentaste al piano. Y sin mirarme siquiera comenzaste a tocar. Yo de pie, en silencio, fingía que todo lo que salía de tus dedos no era extraordinario y tú disimulabas haciendo que no sabías que mentía. Y dejando esbozar una sonrisa, sin prisa, seguías al piano, acelerando la música, tan callado, tan orgulloso, tan seguro, tan altivo, tan magnífico. Y sin darme cuenta estabas haciéndome el amor con cada nota que salía del piano, con cada compás de tu canción, con cada bemol, con cada sostenido. Y te reías porque sabías que te pertenecía, que tenía adicción a tu melodía. Era tan perfecto el momento, tan perfecta la música, que sólo tenía ganas de quedarme mil años allí, en esa habitación, sin parar de escucharte, aguantándome las ganas de pararte. Pero tú ya sabías que te quería, y yo fingía y fingía. De repente aceleraste aún más el ritmo y te reías, a carcajadas, tan loco, tan desvergonzado, tan engreído, tan presumido, tan seguro de ti mismo. Callado, sentado al piano dejaste de tocar. La ausencia de la música me devolvió a la realidad. Mi mundo era otra vez gris, simple, cruel, ordinario. Sin embargo algo había cambiado. Te levantaste y de pie, en silencio, me miraste como nunca. Y yo ya no pude fingir que te quería y tú ya no fingías que no lo sabía.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario